Isabel Conde Roses/Efe
El restaurante El Bulli, que cerrará sus puertas en menos de una semana, es fruto de una historia de amor y desamor entre una pareja, los Schilling, quienes pusieron la primera piedra de un modesto minigolf y un chiringuito que ha llegado a convertirse en referente mundial de la gastronomía. Cuando a finales de los años 50 los Schilling pisaron Roses por primera vez y se enamoraron del Cap de Creus (noreste del país), nadie imaginó nunca que su pequeño proyecto hostelero, que empezó siendo un minigolf poco o nada rentable, acabaría siendo el germen de una innovadora y única fundación de creatividad culinaria.
"Si los Schilling vivieran y supieran que vamos a hacer la Fundación estoy seguro de que estarían encantados. Construir algo como elBulli Foundation era su deseo natural", ha asegurado a Efe Ferran Adrià tras 27 años trabajando en el emblemático restaurante. El amor, y su dolorosa contrapartida, el desamor, estarán siempre presentes en la historia de El Bulli, ha relatado a Efe el alemán, de 94 años, Horst Lehwald, íntimo amigo del doctor Schilling, promotor de negocios hosteleros en Alemania e impulsor de que la pareja montara un negocio en la Cala Montjoi, donde hoy se asienta el reconocido restaurante.
El doctor Hans Schilling (Alemania, 1917-1998) conoció a Marketta (Checoslovaquia, 1919-2007) en Praga, donde mantuvieron un romance intenso y fugaz, con la II Guerra Mundial de fondo. Al finalizar la contienda, en 1945, Schilling fue capturado por los rusos, pero justo antes de que lo trasladaran preso a Rusia en un tren, Marketta consiguió llevarle ropa de civil y que escapara de una muerte casi segura. Lehwald convenció a Hans Schilling de que era su deber moral casarse con Marketta, y tras acceder, poco después la pareja viajó a España de vacaciones, donde pasó por Roses.
"Les presté el dinero para que compraran a muy buen precio un terreno que ni siquiera habían visto antes, tan sólo 10.000 marcos (unos 5.000 euros actuales) por una parcela con vistas al mar en la que construir una casa de vacaciones", ha explicado un Lehwald que declara que "no entiende" el fenómeno de El Bulli, pero que se siente orgulloso de formar parte de su historia. Poco tardaron los Schilling en enterarse de que habían comprado 20.000 metros cuadrados de un terreno al que se llegaba a duras penas a través de una carreterita estrecha, sin agua, sin luz ni ninguna comodidad, lo que no les impidió construirse allí una casa en 1957.
Por aquel entonces el terreno no era parque natural y se podía construir prácticamente sin permiso, por eso, y porque les sobraba un enorme trozo de parcela, decidieron instalar un minigolf, que "nunca dio dinero" y que en 1963 se convirtió en un chiringuito que por entonces se conocía como el bar alemán, más tarde como Bully-bar y finalmente Hacienda El Bulli, en honor de los perros bulldog de Marketta .
Les impulsó, por un lado, el espíritu siempre emprendedor e inversor del doctor, y por otro el hecho de mantener entretenida a Marketta, que se ocupaba del negocio mientras su marido residía en Alemania, donde tenía otra relación. "Desde luego, El Bulli tenía que ser una excusa -relata Lehwald- pues como negocio nunca dio ni un duro, y lo poco que daba, el doctor siempre lo reinvertía en mejoras y ampliaciones". Marketta, que siempre reconoció amar profundamente a su marido, tardó varios años en descubrir que él "tenía otro interés", según declaró ella misma en el catálogo audiovisual "El Bulli, historia de un sueño".
Tras su evolución como chiringuito de playa, el restaurante consiguió su primera estrella Michelin en 1975, coincidiendo con la llegada de Jean Louis Neichel como jefe de cocina, que según Adrià, "fue el que convirtió El Bulli en un restaurante de alta cocina". Muchos jefes de cocina fueron pasando por Cala Montjoi y en 1981 casi la mitad del equipo anunció que se iba a iniciar otro proyecto dejando al borde del fracaso el ya reconocido restaurante. Fue entonces cuando Marketta contrató a Juli Soler, responsable de reflotar el negocio y quien impulsó a Adrià en una carrera fruto de la casualidad y el talento, que ha acabado en éxito mundial.
Marketta siempre reivindicó el papel clave de Soler en El Bulli, que creó junto a un Adrià de 22 años y con relativa experiencia una sociedad de explotación que finalmente compró el establecimiento con su hasta ahora socio en 1993. Desde 1981, cuando apareció en escena Soler, El Bulli perdió hasta en dos ocasiones una de las estrellas Michelin que le habían concedido, aunque en 1990 recuperó para siempre la segunda, y en 1996 consiguió la tercera, máxima distinción de la guía francesa.
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